Objeto de deseo

Desnudos hombros y cuello, percibes mi aroma putrefacto y te mojas los labios.
-Qué delicia- piensas.

Te acercas a mi boca y el hedor nauseabundo que proviene de mis entrañas te excita, te estremece. Te gusta mi cuerpo lleno de nuevos adornos; está abotagado y púrpura. Colocas tu mano en mi vientre y lo presionas con firmeza. Tienes la esperanza de que mis órganos en descomposición despidan más de ese fétido olor.

Tu mano se hunde tras la presión abriendo mi piel. Dejas al descubierto los nuevos habitantes de mi ser.

Te sorprendes un poco, incluso te atemorizas. Ellos están tan asombrados como tú. Puedes observar como una marejada compuesta de miles de gusanos plateados, pequeños, obesos, efervescentes y de gruesos anillos alrededor de su retorcido cuerpo, se inquietan con tu presencia y comienzan a treparte. Los ves a los ojos, esos ojos diminutos y rabiosos. Me desean tanto como tú me deseas y te sientes celoso porque ellos han brotado del huevecillo que una mosca depositó debajo de la cáscara de mi cutis, se han hecho larvas, han madurado y ahora comen de mí.
-Qué deliciosa es- piensan ellos
-Qué nutritivo alimento de gusanos- pienso yo

Frunces el ceño con un dejo de envidia y sacudes tu brazo agresivamente. No quieres saber más, los celos te enferman.

Estoy hinchada, como grillo ahogado, y tengo el color de quien ha pasado los últimos 25 años muerto sin poder descomponerse del todo. Te vuelves a mi rostro de ojos hundidos, pómulos ennegrecidos y labios reventados. Lentamente te acercas y expirando, me besas. Tu aliento de niño lactante se mezcla con el mío y nos envolvemos en palpitaciones inútiles porque la verdad es realmente triste: hace ya mucho que estoy muerta.