Tres, sin pies ni cabeza

Tengo tórbalos perforando mi coronilla. La mosca costarricense se encargó de dejarme un regalito. Se me está cayendo el cabello y ahora parezco un fraile del románico.

-Te ves realmente chic...
-Si, claro.




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Uso lentes baratos de armazón ligera. Fue lo que pude comprar con el dinero de la beca.

Extravié los anteriores en Semana Santa. Llevaba mi morral rojo y viajaba en un autobús maloliente hacia Tepoztlán. Me acomodé como pude y me quedé dormida en el rígido asiento. Fue la última vez que esas gafas estuvieron en mi posesión. Se deslizaron entre el sudor y el calor y cuando me desperté sobresaltada por el grito de mi hermano me levanté frotando mis ojos y simplemente se quedaron abandonadas.



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Ella está confundida: por una parte le gusta la entrega amorosa y llena de romance que le ofrece el individuo 1, y por otra (citándola textualmente) le encantan los mecos embarrados en las nalgas que le deja el individuo 2. Pero eso no la hace una mala chica. Simplemente no sabe qué es lo mejor.

Es una buena escritora. Tiene un gran sentido del humor y es ácida en sus conversaciones. Besa muy bien... extremadamente bien y es una buena amante. Le gusta el pescado al vapor preparado en un sencillo restaurante de la ciudad y los negritos Bimbo. Le he dicho a él que no permita que consuma productos de grandes trasnacionales, pero juntos se burlan de mí. Yo les rayo su madre.

Tiene una gran personalidad. Envidio su capacidad histriónica y su manera de manejarse en público.

Es un personaje salido de una película de detectives.

Es obsesiva y compulsiva pero no lo acepta. Dice que no está loca (en lo particular, no lo pienso así).

Cuando se deprime no come. Me resulta desesperante.
-Tienes que cuidarte el estómago- le he dicho. Sólo mueve la cabeza. Tiene gastritis.

Ella es ella. Me regala de cuando en cuando nuevos bríos. A ella le sobran y a mí sinceramente me hacían falta justo ayer.